jueves, 3 de marzo de 2011

Oda para salir de viaje

Apenas puedo ver imágenes estáticas de su presente, y entonces en sepia y blanco y negro, al mejor estilo del stop motion, aparecen las regresiones mentales. De lentos y torpes movimientos veo a un bastardo sin gloria preso de las siete cadenas de cada uno de los pecados capitales, reboloteando como ave sin dirección, nadando como pez herido, llorando como hombre perdido y buscando respuestas como filósofo insatisfecho.

Errado aquel que sólo ve detrás de las rejas la única cárcel existente en el plano de lo real. No hay peor impotencia que vivir el encierro de los errores en la libertad de la calle. Pero también, quién más frustrado que aquel idiota que no logra salir de sus fracasos.

¡Renuncia! Susurran desde la izquierda... ¡Levántate! Gritan del otro lado. Agradezco ser derecho porque la renuncia no es una idea que se acomode en mi cabeza y mucho menos cuando es inducida por los errores. O acaso no recuerdan que a este laboratorio llamado Vida nos enviaron con un poco más que arcilla y llanto, brutos e instintivos, salvajes... Pobre del hombre carente de cultura, lógica, sentido común, razón y moral. Pobre aquel que no aprende de sus errores, sólo de los suyos, porque nadie escarmienta en senderos ajenos. Los sentimientos, aunque son los mismos y ya están definidos, se sienten con una intensidad diferente de acuerdo a lo que nos afecte a cada uno en la vida.

Terquedad es recoger con mano propia, y mucho más, con ayuda de mano ajena, la arena sobrante que dejan las huellas del camino andado, porque la arena se pierde en sí sola cuando llega el agua, y las lágrimas del hombre en vida son sufientes para disolverla, incluso, hasta para crear un río, con peces, piedras y de caudal furioso.

El cielo será brújula, el universo inspiración, la paz el compromiso y el amor compañero de búsqueda. El arma será de tinta negra, como algunas imágenes; el papel, un techo para acampar; un café para interactuar y sin morral para que no tengan qué atracar. Las canciones aprendidas en mi mente recordar y dejar el cigarrillo para bastante caminar. Hoy he descubierto una gran verdad: ¿Para qué mirar atrás si el reloj nunca lo hace y el segundero jamás se toma el atrevimiento de preguntar lo que nos sucede? El tiempo pisotea la vida, la destruye y no admite modificaciones, sí correcciones, pero nunca modificaciones. Cada minuto es uno menos y uno más, y nunca tenemos la oportunidad de contarle al siguiente minuto lo que vivimos en el anterior sin que éste se siente a escucharnos, porque aunque lo hace, no se detiene, y mientras le contamos, seguimos tras él... Así, por siempre...

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